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El ajedrez del Masón
El tablero de ajedrez es el piso de nuestra Logia: simbolismo de la variabilidad de la vida. Por un lado, nos recuerda que a veces tendremos días buenos, días malos, que la noche sigue al día, pero también nos recuerda que entre los muros del Templo cabemos todos, unidos sin distinción de raza, credo, posición social ni oficio, todos lado a lado.
El tablero es cuadrado, lo que me recuerda que nuestra Logia es un reflejo cósmico, donde nosotros, seres terrenos, estamos sujetos a casuísticas relacionadas con el número cuatro: cuatro estaciones, cuatro puntos cardinales, cuatro elementos. Además, cada lado del tablero comprende ocho casillas, numeral que, para la numerología china, representa la unión entre el cielo y la tierra, pues conjuga los puntos cardinales -la tierra- con las cuatro estaciones regidas por el cielo. La figura octagonal se reservaba para los emperadores y su familia, aquí podemos disfrutar de ella y todo su simbolismo, en eso hay que reflexionar con gratitud.
En el tablero se enfrentan dos fuerzas antagonistas y equivalentes entre sí, En los vaivenes del juego, se van perdiendo sacrificándose en aras de una estrategia, o sucumben cayendo en una emboscada; el que esas dos fuerzas sean negras y blancas, QQ:.HH:. me recuerda que en nosotros viven y conviven el bien y el mal, a veces obramos en pro de una, a veces en pro de otra: la astucia y sabiduría del jugador dará el triunfo a una o a otra, así que movamos las piezas de nuestra vida con cautela
Dos columnas, llamadas Torres, una por cada cuartel custodia las esquinas del tablero al inicio, como dos Columnas decoran el occidente en nuestra Logia; pienso en cada columna del tablero, como el vértice donde convergen dos escuadras que se tocan en sus extremos lejanos, así, los masones del mundo hemos de tendernos la mano unos a otros, pero también, recordarnos que el límite de nuestros derechos es justo donde empieza el derecho de otros
“Entre las naciones, como entre los hombres,” dijo Benito Juárez, de feliz recuerdo,“ el respeto al derecho ajeno es la paz.
Hay también, en el tablero, otras dos piezas, que siempre son la obsesión del jugador novicio: los caballos. Su movimiento es extraño, salta sobre las posiciones enemigas y cae siempre en una casilla distinta a la de su color, al jugar, me acuerdo de nuestro Q:.H:. Maes:. De Cer:. Y su andar por nuestra Logia, pero también pienso en mi Q:.H:. Guarda templos, cómo salta de su sitial cuando alguien pide entrada al Taller, y con digna elegancia traducida en secreto y amor fraternal, cuida que nuestro templo esté a cubierto.
Del lado del rey y del lado de la reina, dos alfiles custodian las líneas diagonales, sin cambiar jamás de color. Para el de la voz, son los Vigilantes Prim:. Y Seg:., quienes se aseguran que los obreros de sus respectivas columnas estén al orden, sin permitir que nadie evada su deber -su color en el ajedrez- y su misión es también, desde la lejanía, proteger a los peones hasta que logren abrir un hueco en la defensa enemiga, hasta que cumplan su función, tal como a los aprendices nos protege y guía nuestro Q:.H:.Seg:.Vig:. hasta que logremos pulir esa roca en bruto a la que dimos tres golpes simbólicos el día que presentamos nuestro primer trazado.
Piezas centrales del tablero, por su propia dignidad simbólica, son los reyes: la reina, la pieza más importante , ocupa la casilla de su color, mientras que el rey, la más cándida, ocupa al inicio el color contrario al suyo; el que el rey cambie el color de su casilla en cada movimiento me hace recordar ese momento en el Cuarto de las Reflexiones, cuando elegimos pasar del negro de la ignorancia, al blanco del conocimiento, muriendo para los vicios, naciendo para la virtud.
Pienso que el V:.M:. en este ajedrez místico a que me refiero, es ambas piezas: pues dominando el centro del Oriente de nuestra Logia, tiene a su mano izquierda el día, y a su derecha la noche; desde ahí dirige los trabajos, y sin él nuestra Logia no puede trabajar, como casi imposible resulta ganar el juego sin la reina; pero también, es paciente como el rey en el tablero, y usa la voz al final de los demás para dar su opinión cuando presentamos nuestros aquí nuestros trazados. Habrá de tornarse firme ante el error provocado por la falta de carácter, pero es gentil ante la inocente equivocación propiciada por la inexperiencia, en ese dualismo, veo que nuestro V:.M:. se simboliza con las piezas centrales del tablero.
Por último, los peones van abriendo camino, preparando las emboscadas y trampas, su sacrificio es necesario y deseable para ganar el juego. En su primer movimiento, pueden avanzar uno o dos cuadros, reteniendo o cambiando de color, así como nosotros como aprendices recién iniciados, podemos, con trabajo y entusiasmo, ir abriéndonos a la luz que la Logia nos da, o elegir la apatía y la pereza, permaneciendo en el mismo estado que antes de la iniciación.
El peón es la clase de pieza más abundante en el tablero, también es la que más se pierde en el juego, al final, suelen quedar a penas la mitad de los ocho que empezaron, pero también, al tocar el extremo opuesto del tablero, pueden convertirse en la pieza que el jugador desee. Veo que pocos somos los Aprendices que nacimos juntos, y que seguimos viniendo a las tenidas, sea éste un fraternal llamado, HH:. míos a frecuentarnos en el abrazo fraternal que nuestra Madre Logia nos ofrece en cada tenida.
Sé, por trabajos profanos, que el número 64, el total de cuadros en el tablero, es un número cuyo simbolismo recuerda el Cuadrado Mágico de Hermes, y sé, que esa figura geométrica es representación de la comunicación entre el Cielo y la Tierra, sostén intelectual del mundo, y aspiración de ser y hacer mejores personas, lo sé, mas no pretendo decir que lo conozca, pues escapa por mucho a mi capacidad actual; sin embargo, me hace pensar en cómo las Tres Luces que sostienen nuestro Taller también provienen simbólicamente del Cielo. Buscaré profundizar en ello cuando mis pobres ojos se acostumbren a la luz de ese conocimiento.
QQ:.HH:. después de esta ensoñación, me mira con desasosiego mi rival en el tablero, me toca moverme y el juego es temporizado, pero no quiero dejar esta Tribuna de la Elocuencia sin antes recordarles que un ajedrecista de campeonato no se hace de la noche a la mañana: que aunque haya quienes son superdotados del juego, son años y años de perseverancia, de práctica, estudio y dedicación los necesarios para alcanzar ese grado, que en el ajedrez también, se llama “maestro;” sin embargo el enemigo, ese peón oscuro que amenaza nuestro horizonte en el tablero, la mayoría de la veces, somos nosotros mismos y nuestras pasiones y vicios, para vencerlo, para vencer a ese enemigo, se requiere mover con sabiduría las piezas, con destreza y dedicación, con fuerza, belleza y candor.
Quiero concluir, QQ:.HH:. en que debemos luchar por alcanzar ese oriente místico y convertirnos los peones en piezas mayores, con trabajo, sorteando enemigos y peligros, con perseverancia, sólo así podemos los aprendices llegar a ser compañeros y maestros, pasar de peones y convertirnos en torres, columnas que sostienen, alfiles que defienden, caballos que custodian y atacan
Sé que viviendo con bondad el juego de la vida, atendiendo dedicadamente a nuestros deberes masónicos, un día en el eterno Oriente, el G:.A:.D:.U:. nos recibirá y entonces, sonriendo con el orgullo del deber cumplido, podremos decir a la vida: “¡Jaque-mate!”
C∴M∴ Francisco Donaciano Bahena Samponga
17/03/2024
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